1 dic 2011

CUENTO MÁGICO

Había una vez un lugar sin espacios visibles, un abismo donde reinaba la oscuridad. En este laberinto de grises combinados, tres, negras, sombras se apoderaban de la nada y ejercían su poder absoluto sobre tanto vacío reinante, la primera desplazaba su asimétrica forma de un lugar a otro tratando de consumir del suelo las tonalidades más claras que ella.


Iba y venía, subía y bajaba, se alejaba como barriendo la quieta y licuada atmósfera de la vacuidad; para volver luego sobre el infinito vacío. Todo parecía oscurecerse aún más a su paso, pero el abismal espacio era, aún, mucho más inmenso que ella...

La segunda se mantenía casi sin moverse, sus movimientos eran lentos y ondulantes, se ensanchaba a veces, se comprimía otras y hasta daba la sensación de que se desplazaba, aunque en realidad se mantenía siempre en el mismo sitio.

La tercera sombra no hacía nada en especial, tan solo seguía a la primera y de vez en cuando se confundía con ésta. Así repetían una y mil veces sus movimientos en la silenciosa , tenebrosa y aparente quietud que la noche esconde en su regazo.

Todo parecía monótono en esos tiempos hasta que sucedió el comienzo, sí era indiscutiblemente el comienzo de algo, aún no se sabía qué pero pronto se vería el todo de la nada. De donde no existía el sonido comenzó a brotar un diminuto y tenue haz de luz, que con su brillo recién nacido para los ojos que creían ser casi ciegos, separó a las tres sombras y las fue bañando de alegre vida.

Analizó a la primera y descubrió sus cualidades, “¡viento seras!” ( suspiró el primer sonido que nacía tras un desacostumbrado respiro inicial). Inmediatamente el primer sonido que surgió de la nada, invitó a nuevas voces a acompañar su melódica armonía. Entonces una gota de luz cayó sobre la segunda sombra y esta se convirtió en un inmenso océano de colores vivos y radiantes, desde ese momento el suspiro del viento acompañó por siempre al incansable vaivén de las olas.
Desde el seno del océano, las aguas devolvían la oscuridad a la orilla, donde la tercer sombra yacía despojada de la compañía que hasta ahora le había hecho la primera. Los primeros tintes de sombra acuosa se fueron secando sin perder su color, de allí nació la tierra, madre de toda la vida que habita en el planeta. El tiempo hizo lo demás que ya conocemos...
Nosotros tal vez seamos, tan solo; espectadores de la Naturaleza vital...
                                                                                       Amalén Marifil
                                                                                              c1995